miércoles, 16 de julio de 2008

Crónica de un viaje a Grecia III: de Atenas a Olympia pasando por Micenas

Tras el relato de la estancia en Atenas, los siguientes posts contarán en qué consistió el circuito de cuatro días (de miércoles a sábado) que realizamos por la Grecia continental. Personalmente, no me gustan nada este tipo de viaje organizados pero, en nuestro caso, era la única forma de visitar más lugares en menos tiempo.

La guía que nos acompañó durante los cuatro días se llamaba Artemisa, como la diosa. La verdad que la tía controlaba bastante y le molaba bastante la historia. Era bastante crítica con la Grecia actual, claro está, comparándola con las época gloriosas pasadas. El conductor del autobús, cómo no, se llamaba Kostas... no podía ser de otra manera... La verdad que los dos fueron bastante amables, porque imagino que estarán hasta las pelotas de tratar con turistas españoles año tras año...

En cuanto a nuestros compañeros de autobús, haré una descripción somera: dos parejas de andaluces de Algeciras que cumplían todos los tópicos: graciosos y juerguistas; una pareja de asturianos de unos 50 años, concretamente de Mieres; un picoleto con acento madrileño (bastante arrogante) con polo con la bandera de España, bermudas y náuticos sin calcetines, y su mujer, de acento canario (mi hipótesis: lo trasladaron a él a Canarias, allí dejó embarazada a su mujer y tuvo que casarse con ella; tenían toda la pinta); una pareja madura de gallegos en los que al hombre, que apenas hablaba, le daban arrebatos de repente y gritaba algo en alto tipo “¡a comer que hay fame!”; una pareja de recién casados madrileños a los que no les gustaba nada de la comida y tenían alergia a todo (entre otras cosas, al olivo, por lo que lo pasaron bastante mal); y otra pareja madura de hombre cacereño y mujer madrileña, cuya hija estaba de Erasmus en Tesalónica. Había más gente, pero ya no llamaban la atención.

Lo peor del circuito era que comíamos todos juntos, compartiendo mesa, con lo que no quedaba otra que relacionarse. Con los que más contacto tuvimos fue con los andaluces, la pareja de alérgicos y el cacereño y su mujer. No eran mala gente, la verdad, pero acaba uno un poco harto de verlos cuatro días seguido...

La ruta del primer día fue la siguiente: Atenas - Corinto - Epidauro - Micenas - Nafplio - Tripoli - Megalopoli - Olympia

La salida de Atenas, dirección Corinto, tuvo lugar atravesando una zona portuaria bastante fea. Refinerías petrolíferas, almacenes, naves industriales... y escondido entre todo ello, las ruinas del santuario de Eleusis, adonde se iba en procesión desde Atenas, supongo que por el mismo sitio ocupado por las fábricas. Cuánto ha cambiado la zona desde entonces...

Tras salir de la mole ateniense, la primera parada fue en Corinto, para ver el famoso canal. La verdad, sí que es espectacular, pero se pasa por encima sin pena ni gloria. A un lado se ve el Golfo Sarónico y al otro, el de Corinto. Y ya está. No tuvimos la suerte de que pasara algún barco, con lo que seguro que hubiera sido más divertido. Tomamos una tirópita (pastel de jamón y queso) de desayuno, por cierto.

De Corinto seguimos al Teatro de Epidauro. Allí se supone que había nacido Asclepio-Esculapio, hijo de Apolo, que fue famoso en la antigüedad por sus poderes curativos. Epidauro se convirtió en lugar de peregrinación de gente que quería curarse milagrosamente (como Fátima hoy en día, vamos, pero con más estilo). Básicamente, vimos el teatro, muy bien conservado y bastante espectacular, demostración incluida de una tía dando palmas para que apreciáramos la buena acústica. La verdad que la tenía.

Tras una breve parada en Nafplio, primera capital de Grecia tras su independencia de los turcos, llegamos al punto fuerte del día, aunque, para mí, podría decir que era el punto fuerte de todo el viaje, tras la Acrópolis de Atenas: Micenas.

Tras ver el Tesoro de Atreo, también llamado Tumba de Agamenón o de Clitemnestra (llamado porque sí, no porque estuvieran enterrados allí), que ya impresionaba bastante por el tamaño de los sillares que lo franquean, llegamos, poco a poco, a la Puerta de los Leones... Si ya me emocionó la Acrópolis, no podría definir lo que sentí al subir la rampa y franquear la Puerta... pensar en la salida del ejército hacia Troya... la vuelta del rey de Micenas y de los Aqueos, Agamenón, tras la caída de Troya para ser asesinado por su mujer, Clitemnestra, y su amante, Egisto.... todo mito, claro está, pero Schliemann descubrió el lugar (y las ruinas de Troya) basándose en Homero, con lo que dicho mito tiene cierta base histórica. Tuvimos suerte porque fuimos a una hora en la que estaban a punto de cerrar y había poca gente, por lo que pudimos recrearnos bastante en disfrutar del sitio... La verdad que me dio pena volver a atravesar la Puerta de los Leones al salir, por la rampa que pisaron tantos héroes míticos... pero así es la vida, tocaba ir a otro lado, concretamente a comer a un restaurante llamado “El Palacio de Agamenón”... Cualquier parecido con Micenas era pura coincidencia... Tocaba moussaká... Me quedé con ganas de ver las ruinas de Tirinto o de Argos, importantes ciudades micénicas, pero en otra ocasión será...


El resto del viaje, bastante largo, hacia Olympia, trascurrió en el autobús, atravesando Trípoli y Megalopoli, horrenda ciudad que me recordó, vista desde los alto, a la Springfield de Los Simpsons. Una central térmica en el horizonte podría ser la central nuclear del Sr. Burns, y el plano en damero recordaba bastante a una pequeña ciudad americana.

A este punto, hubo varias cosas de Grecia que me llamaron la atención: la primera, lo mal que conducen. Y es que los griegos aprovechan el arcén como tercer carril, con lo que siempre tienen un carril por el que adelantar. Da igual que haya línea continua. Te puede salir un coche en un cruce en plenas narices, pero no pasa nada: se reduce velocidad y se deja pasar... sin pitidos ni improperios... eso es ser civilizado, sí señor...

La segunda cosa, bastante macabra: una especie de pequeños altares con aceites y urnas en su interior que se ven en muchas zonas de las carreteras, en la cuneta. Según nos explicaron, se trata de sitios donde murió gente en accidente. La familia y amigos les coloca un altar para recordarlos. Había curvas con 12 altares...

Y la tercera, además de que todas las casas tenían placas de energía solar (subvencionado por el estado), fue la cantidad de casas a medio construir, o sin tejado, con todos los hierros del hormigón al aire. Algo muy llamativo, con casas donde vivían en la primera planta pero tenían el bajo sin construir... pero mogollón... la razón, según me han explicado, que se paga menos contribución, o renta, o lo que sea... debe ser curioso lo de las licencias de construcción en Grecia...

Llegamos a Olyimpia, lugar bastante frondoso, ya de noche, y tras llegar al hotel y cenar nos acostamos a la espera de visitar el lugar donde nacieron los Juegos Olímpicos. Pero esa será otra historia... si llego a escribirla...

lunes, 7 de julio de 2008

Crónica de un viaje a Grecia II: la Atenas milenaria

Dejábamos el anterior relato en la llegada a Atenas, capital de la actual Grecia. Por dar algún dato sobre la ciudad, decir que tiene unos 3 millones de habitantes (más de cuatro si le sumamos la zona portuaria del Pireo y su área metropolitana) y que concentra aproximadamente a un tercio de la población griega. Siempre que hablamos de Atenas, a todos nos viene a la mente la Acrópolis, el Partenón, el Erecteion y las cariátides... vamos, la época clásica, en el siglo V a. C. Y poco más... esto se explica porque tras ser conquistada Grecia por los romanos, allá por el siglo II a. C, y desde que Justiniano suprimiera su universidad allá por el 529 de nuestra era, Atenas conoció tiempos de decadencia... y así llega hasta 1832, cuando Grecia obtuvo su independencia del imperio otomano (los turcos), y en 1834 recibió la capitalidad del estado (antes era Nauplio la capital). Atenas de aquella tenía unos 5.000 habitantes. A partir de ahí, tuvo un crecimiento constante con dos momentos cumbre: la vuelta de los griegos emigrados en Asia Menor tras la guerra con Turquía en la década de 1920 y tras la II Guerra Mundial, como otras tantas ciudades. Y ese crecimiento acelerado tiene su plasmación física en el actual trazado urbano y sus edificaciones... Fin de la introducción.

Nuestro día en Atenas amaneció a las ocho y media de la mañana. La razón: el horario de desayuno del hotel finalizaba a las nueve. Tras un café griego totalmente aguado, al que luego me acostumbraría y me parecería hasta rico, nos dispusimos a enfrentarnos a la capital griega y el primer destino, que no podía ser otro que la Acrópolis...


Ya desde la ventana de la habitación pudimos ver las primeras imágenes de la urbe que se podrían resumir en la palabra caos. Gente cruzando por en medio del tráfico, bastante intenso; multitud de motocicletas del año catapún; taxis; ruido... vamos, Atenas en estado puro... pero era lo que imaginábamos, una ciudad con vida...


Antes de salir del hotel, decidí hacer uso del idioma griego para preguntar en recepción sí se podía ir andando desde allí a la Acrópolis La pregunta estaba perfectamente formulada, claro, al igual que la respuesta que me dieron, de la que lo único que comprendí es que la recepcionista aconsejaba ir en metro (porque nos señaló en el mapa, claro está). Recordé el consejo de un amigo grecohablante que me recomendaba utilizar el inglés porque no iba a entenderme bien con los griegos...


Total, que salimos del hotel y enfilamos la Avenida Pireos en dirección a Omonia y su parada de metro. Por el camino, vimos los primeros quioscos llamados “perípteros”, donde se vende de todo, hasta películas porno. La plaza de Omonia, una de las principales de la ciudad, es un hervidero a cualquier hora. Gente por todas partes, quioscos, yonquis, pakistaníes, tiendas de pan... no cabe duda de que Atenas es una ciudad occidental, pero el ambiente tiene algo oriental, algún olor y sabor de ciudad árabe...


Tras llegar en metro a la estación de Acrópolis, comenzamos nuestro homenaje a los antiguos griegos y subimos hacia los monumentos... No podría describir mi emoción (reflejada en mi cara, según mi acompañante) al subir por las faldas de la Acrópolis en dirección al Teatro de Dioniso, la primera parada. Imaginar a las gentes en la época clásica subiendo aquel camino, a Jerjes y los persas arrasando Atenas durante las Guerras Médicas; a Pericles y Fidias en dirección a las obras del Partenón... Impresionante. Tras visitar el teatro (veríamos unos cuantos más en el viaje), pasar al lado del Pórtico de Eumenes y ver desde fuera el Odeón de Herodes Ático, enfilamos el camino a los Propileos, pórtico de entrada a la Acrópolis, donde nos golpeamos con la marea de turistas... lo que éramos nosotros, mayormente.


La verdad es que los Propileos impresionan por sus dimensiones y por el mármol brillante (por efecto, claro está, del paso de los turistas) del que están hechos... no pude evitar tocar las columnas, pese a los carteles de prohibición... y es que cuántas manos habrán tocado aquella columna antes que yo... las de millones de turistas, claro... en ese momento, aprovechamos una sombra para protegernos con crema solar (eran las diez de la mañana pero el sol griego comenzaba a azotar sin misericordia). Recordé una frase que aparecía en un diálogo del libro para aprender griego moderno“Elliniká Tora”: “Ο ήλιος στην Ελλάδα είναι πολύ δυνατός” (El sol en Grecia es muy potente).


La verdadera emoción llegó al subir los escalones y contemplar la explanada: a la izquierda, el Erecteion y las Cariátides; y a la derecha, el Partenón que, pese a estar hecho polvo, impresiona bastante... algo atónitos, nos dirigimos en primer lugar al Erecteion. No me voy a parar en detalles: muy bonito, aunque las Cariátides no parecen tan grandes de cerca, lo de la marca del tridente de Poseidón en la puerta me pareció una auténtica frikada y lo del olivo sagrado de Atenea otra; me gustó su variedad de perspectivas, es un santuario distinto según desde donde lo mires.


Tras el Erecteion, nuestros pasos nos llevaron al soñado Partenón... y no nos defraudó, sus dimensiones imponen, y el brillo de sus mármoles, y su sobriedad, y sus líneas rectas, y la anchura de sus columnas en la base... buf, Fidias (o los pringados que curraron en su nombre) realmente hizo un buen trabajo... nos sentamos un rato a deleitarnos en su contemplación en una barandilla donde vimos algo que nos impactó casi más que el Partenón: la extensión de Atenas en el horizonte... impresionante... casas y más casas de 4-5 alturas como mucho extendiéndose durante kilómetros... ya sabemos donde se ubicaron los emigrantes de Asia Menor, claro... el mar Egeo y el puerto de El Pireo al fondo, luminosos...


Otro inciso: los vigilantes. Morenos, con barba de cuatro días y gafas de espejo tipo Cobretti. Y el silbato para incordiar a los guiris osados. La verdad que no tengo clara su función: si son meros vigilantes o si saben algo de arqueología. Desde ese momento, ese prototipo griego fue definido durante todo el viaje como “los Kostas”. Fin del inciso.


Tras un rato y varias vueltas al Partenón admirando su magistral sencillez, decidimos bajar hacia la roca del Areópago. Tras sentarnos en ella y reflexionar sobre cuántos juicios se dirimirían allí, bajamos en dirección al Ágora, el centro administrativo y de la vida pública en la época clásica... Vimos el Teseion, el templo mejor conservado de la época, restos de edificios, cloacas, gimnasios... y los perros de Atenas... cómodamente tumbados a la sombra del museo y haciéndose fotos con los turistas... un tema curioso el de los perros en Atenas. Los controla el ayuntamiento, y viven en total comunión con la ciudad y en medio de su caos sin mayor problema... salvo que los molestes... entonces son implacables...


Tras el empacho de piedras, decidimos bajar al barrio más típico y tópico de Atenas: Plaka. Y hago aquí un inciso: dado lo gracioso de nuestro carácter español, estoy seguro que las dos cosas que más oyen los griegos de boca de un hispano es el “Jronia que Jronia” y el “plaka, plaka”. Es lo que hay... Simplemente, y por si alguien aún no lo sabe, que Jronia (en griego Χρόνια) es el plural de Xronos (Χρόνος) que significa “año”. El “que” es “και” en griego y significa “y”. Por tanto, Χρόνια και Χρόνια, “años y años”. Así que ya sabéis, españolitos, las gilipolleces que decís en griego... Lo del plaka-plaka no merece la pena aclararlo. Quien no conozca al “Yoyas” de Gran Hermano ya es un tremendo afortunado y no voy a ser yo quien le amargue la vida...


Tras este inciso, decir que Plaka me pareció el típico barrio turístico como en otros tantas ciudades y países, con ochenta mil tiendas de souvenirs y ochenta mil bares, con camareros pesadísimos en la puerta a la caza del güiri... tras sortear a una docena de camareros y, tras múltiples indecisiones (ya sabéis, todo el mundo quiere timar al turista), acabamos sentados en la terraza de una taberna bastante cutre en la calle Mitropoleos, en la que la gran mayoría eran griegos (buena señal, supongo). Allí nos zampamos sendos “soublakis”, uno de carne y otro de pollo, que son una especie de pinchos morunos a la brasa, acompañados de patatas y pan de pita.


Ya me he extendido demasiado. El resto del día lo dedicamos a ver el Templo de Zeus que, pese a lo ruinoso, impresiona por sus dimensiones, y las murallas de Temístocles (supongo que restos de los “muros largos” que llegaban hasta el Pireo).


Otro día contaré la anécdota de la calle de los yonquis, al lado del hotel, y de lo que tuvimos que atravesar para llegar a Psirí... pero creo que ya he escrito demasiado...

martes, 1 de julio de 2008

La noticia más importante de mi vida


Para acallar los rumores ahí va la noticia:
voy a ser padre
Si todo va bien, ocurrirá en el próximo mes de febrero.
Iré dando más detalles.
Gracias por las felicitaciones de los que ya lo sabíais.