miércoles, 27 de febrero de 2019

Catorce años

Han pasado ya catorce años. Una infancia entera. Una cifra insulsa y común. Y, ya ves, hoy me acuerdo de ti.

No significa que no me acuerde otras veces, ni que todos los 27 de febrero no lo tenga presente. Pero, quizá, hoy estoy un poco más sensible de lo normal. O quizá he soñado que seguías viva, que me pasa a veces. O quizá necesitaba escribir, que hace mucho que no lo hago.

No pude decirte adiós. No cogí el tren antes. Cuando llegué, ya no hubo tiempo. No pude decirte lo que te quería. No pude darte las gracias por todo lo que me diste. Por ser una segunda madre y, de alguna manera, haberme hecho quien soy. Por estar ahí siempre que lo necesité, incluso sin quererlo yo. O por aquellas llamadas en momentos inoportunos cuando estaba lejos, que nunca valoré lo suficiente y que todavía recuerdo...

Probablemente, aunque hubiera podido, tampoco lo habría hecho. Quizá por la juventud. Quizá por ese pudor o esa vergüenza absurda que nos hace callarnos y no demostrar los sentimientos. O quizá por no pensar habitualmente que un día no estaremos y ya será tarde.

Y quizá, ahora, pues me he hecho mayor. Y me callo menos y no me importa mostrar mis sentimientos. Y, aunque catorce años después, necesitaba escribirlo y despedirme, de alguna manera.

Sigo recordando aquellas peleas para que estudiara los polinomios, aquellos veranos, aquellas navidades... sobre todo las últimas, en las que tampoco me despedí como debía.

Y siento una cosa especialmente: que no hayas podido disfrutar de mis hijos. Con lo que te gustaban los niños, sé que los habrías disfrutado casi más que yo, y que se han perdido la mejor tía-abuela-madre de la historia, de eso estoy seguro.

Te diría que estés bien, allá donde estés, aunque de mi ateísmo nunca lograste sacarme... pero dónde sea, fundida con la Tierra o con el universo, que es donde acabaremos todos, te mando un beso y te doy las gracias por todo, aunque sea catorce años después.