Allá vamos, con el final del relato sevillano...
Lo dejábamos en el tercer día, que empezó raro, muy raro. Tras despertar, abrí un zumosol que habíamos comprado el día antes en el supermercado del Corte Inglés. Le pegué un trago y excalmé, irónicamente, mmm, qué rico... como es de Pascual... Total, que mi acompañante lo probó y exclamó “este zumo está malo”... cómo malo... que sabe mal... lo vuelvo a probar y es cierto, no sabe como otros zumos del mismo sabor y de otras marcas... menudo sentido del gusto tengo, por mí me lo hubiera tragado entero... Miro la fecha de caducidad, por curiosidad, y era de hacía una semana... o sea, el puto Corte Inglés, sinónimo de calidad, trato exquisito, etc, nos ha vendido un zumo caducado... me cago en sus muertos... por lo menos hemos tomado sólo un sorbo. Es una mera anécdota, pero el tema nos daría algún quebradero de cabeza posterior, como veréis...
Ese día íbamos a ir a un mercadillo que se instala cerca de un puente. Pero nos equivocamos de puente. Y estábamos en el quinto pino, muy cerca de los antiguos pabellones de la Expo. Por lo menos atravesamos Triana y vimos algunos personajes pintorescos. Decidimos ir del tirón al Parque Maria Luisa y la Plaza de España, pese a estar en el otro extremo, pero había que aprovechar el tiempo, que era el último día. Una parada para una cañita a las once de la mañana, y para allá vamos...
Entre y una cosa y otra. Doce del mediodía. El sol en lo alto. Plaza de España. Cemento. Ladrillos derritiéndose. Gitanas con ramitas de no sé qué leches. “Güan for uros. Tri for ten”. Ese era el precio de los abanicos que vendían las mismas gitanas. Viva la gracia andaluza y la soltura con los idiomas. Hicimos algo muy tópico en esa Plaza, sede principal de la Exposición Universal de 1929: buscar tu provincia y fotografiarte. Hay una especie de murales y bancos de azulejos que ocupan todo lo largo de la plaza, donde están representadas todas las provincias españolas en el año 1929. Una putada, porque de aquella las provincias se llamaban Oviedo y Pamplona, y no Asturias y Navarra, lo que implicaba que había que recorrérsela entera. Con el sol acechando. Tras las fotos de rigor y, a la sombra, contemplamos la plaza. Un poco sucia, con cierta decadencia, pero no está mal. Pese al calor, nos acercamos al “cercano” Parque María Luisa, porque servidor estaba empeñado en ver un par de antiguos pabellones de la Expo mencionada, uno en estilo mudéjar, y que hoy son museos. Y las famosas palomas blancas que te comen en la mano. Menuda caminata. Y menudo calor pese a la sombra de los árboles. Aquí sí que había guiris en coches de caballos, y en una especie de triciclos enormes para 4 ó 5 personas. Felices ellos, surcando el parque. Un detalle que me llamó la atención en el parque y en Sevilla en general: el tamaño de los magnolios. Acojonante. De diez metros de alto y un tronco de casi metros de grosor. Si los viera Gabino... Supongo que será a causa del clima, bastante benigno en invierno...
Cuando salimos del parque, a eso de las dos de la tarde, estábamos medio muertos. De sed, de calor y del recuerdo del puto zumosol... Tras un largo camino, decidimos comer en un bar al lado del hotel. Bar Tino. Pinta cutrilla, pero suelen ser los mejores. Pedimos un revuelto y unas patatas ali oli, por aquello del calor, además de unos cuantos botellines de agua. Nos costó terminar, estábamos llenos y a punto de la insolación. Tras comer, nos recluimos en el hotel hasta la tarde, como siempre. Siesta. Pero algo iba mal. Me desperté algo fastidiado, como con un poco de fiebre y con el estómago mal... el puto zumo... o la insolación... no sé... en la tele Alberto Contador se quedaba de la rueda de Radmunssen, que ganaba la etapa... tomé un paracetamol y parecía que mejoraba algo, pero no estaba bien. Mi acompañante empezaba a sufrir los mismos síntomas... ay ay ay... que pasará...
Tras unas cuantas horas sin salir del hotel, sufrí el segundo efecto secundario: diarrea... Mal asunto. Mi acompañante no tardó muchos minutos en ponerse también mal y vomitar... mala pinta tenía aquello, pero pensamos en indigestión, insolación, el puto zumo... Con el malestar ni siquiera cenamos. Ya de noche, servidor pasó por el mismo trance del vómito... Y por una noche horrible. No podíamos dormir, nos dieron las dos, las tres, las cuatro... y, tras una última visita al baño, decidimos acudir a urgencias. Llamamos a un taxi y para allá fuimos. Al hospital Virgen Macarena, donde llegamos casi a las cinco...
En este punto, yo ya iba algo mejor, no así mi acompañante. Entramos, dimos nuestros datos en una ventanilla. Allí nos imprimieron dos documentos que tuvimos que dar en otra sala, atendida por un tío con traje verde que estaba dentro con la luz apagada mirando al frente (absolutamente verídico) y que parecía que le costaba hacer cualquier movimiento. Esperamos una hora en la sala. Menudo espectáculo. Estaba llena, y de gente que no parecía tener graves problemas de salud porque se reía y hablaba a grandes voces. Aquello parecía un mercado en hora punta. Olé el salero. Hora y media. Nos atienden a la vez. A la médico, de MIR recién aprobado, y a las enfermeras, les hacía gracia que fuéramos de Navarra... Pulso, tensión... nos van a hacer una radiografía porque teníamos gases y que, probablemente, sería una gastroenteritis por algo que habíamos comido en mal estado... la ostia... el Bar Tino, las ali oli... todo cuadraba, claro... Nada del zumosol...
Mientras esperábamos, con un suero puesto en vena (por aquello de la deshidratación), comenzaron las cábalas: ahora qué hacemos. En pocas horas debíamos recoger nuestro coche alquilado y partir rumbo a Puerto de Santa María, a unos 125 km. Dudamos seriamente que pudiéramos hacerlo... y más aún cuando eran más de las 7 y media de la mañana cuando nos despacharon, finalmente, en urgencias. Dieta blanda, aquarius, mucho agua... qué putada... Servidor, que estaba más recuperado, tomó una decisión que mi acompañante a duras penas aceptó: en vez de ir al hotel, dormir, e irnos antes de las doce, nos piraríamos ya, a las ocho de la mañana. Yo conduciría el coche hasta Cádiz y allí dormiríamos tranquilamente. De acuerdo...
Tras un largo periplo que incluyó otro taxi, hacer la maleta, esperar al autobús con un tráfico del copón y un loco dando voces alrededor, buscar la agencia de alquiler de coches, esperar la cola, y montar en el coche, a las nueve y pico de la mañana salíamos para Cádiz en nuestro minicoche (Citroen C2)...
Pero esa es otra historia, que corresponde al capítulo III...