viernes, 27 de marzo de 2020

Reflexiones sobre el coronavirus (II): la pandemia humana y la venganza de la Tierra

Nuestra madre Gaia

Vivimos en la Tierra, uno de los planetas rocosos del llamado Sistema Solar. A una distancia de unos 150 millones de kilómetros del Sol, estrella enana amarilla en la plenitud de su existencia, a la que orbitamos. A la distancia adecuada, ni más cerca, ni más lejos. En lo que se llama "zona habitable". Con una inclinación exacta de su eje respecto al plano horizontal de unos 23,5° lo que permite, junto al movimiento anual alrededor del Sol, que haya estaciones y diferentes zonas climáticas. Un planeta que da una vuelta sobre sí mismo cada 23 horas y 56 minutos, lo que impide que existan, permanentemente, una cara abrasada y otra helada, a la que nunca llegaría la luz y la radiación solar. Un planeta rocoso con un núcleo metálico activo que forma un campo magnético que, entre otras cosas, nos protege de la radiación cósmica y del viento solar, que nos arrasarían. Y sobre ese núcleo está el manto. Y sobre, él, flotando, las placas tectónicas y la corteza, la litosfera. Todo ello nos permite tener atmósfera respirable y agua líquida. Y esa atmósfera y esa hidrosfera hacen posible la vida, la biosfera. Nuestro planeta azul. Lleno de vida, vegetal, animal y de todo tipo. Con las plantas transformando en oxígeno el CO2 mediante la fotosíntesis. Con las cadenas tróficas y el perfecto equilibrio animal en cada ecosistema. Un milagro. Un puto milagro.


El Homo Sapiens Subnormalensis


Pero llegó el Homo Sapiens. Con su arrogancia. Con su desarrollo continuo, imparable. Con sus bifaces y sus útiles de sílex. Con su revolución neolítica. Con su domesticación de animales. Con el creciente fértil. Con los antiguos imperios. Con griegos y persas, romanos y bárbaros. Con la oscuridad medieval de las religiones, las guerras, las conquistas y los asesinatos. Con las exploraciones y “descubrimientos”. Con la sociedad estamental. Con las revoluciones, la francesa y la industrial, sobre todo esta. La máquina de vapor. El carbón. La sociedad de clases. La burguesía y el proletariado. La explotación. La división del trabajo. El comercio global. El fordismo. El petróleo. Las guerras mundiales. Los combustibles fósiles. El auge y caída de la URSS. Las emisiones a todo trapo. Los atascos en horas punta. Los aviones low cost. El marketing. La posmodernidad. Los mercados. El desarrollo infinito. El carpe diem. El capitalismo, la rapiña, el auténtico suicidio humano.


Si la Tierra tiembla...

El planeta siente, al planeta le duele. Millones de años en equilibrio para que lleguemos nosotros a maltratarlo. Durante décadas, siglos. Quizá este virus y todo lo que venga después sea la forma que tiene de advertirnos de que el verdadero virus somos nosotros. De que está hasta los cojones y tiene que curarse. De que la Tierra sobrevivirá sin nosotros pero nosotros, sin ella, no. De que no se puede continuar a este ritmo, no se puede pretender crecer infinitamente en un mundo finito. Porque un sistema en el que sale más barato producir un alimento a 5.000 kms de distancia de su lugar final de consumo no es lógico. Porque un sistema en el que todo se basa en el dinero y las finanzas y en el que todo deba ser cuantificable en números económicos tampoco es lógico. Y, sobre todo, porque un sistema que, con recursos suficientes para conseguir el equilibrio y la igualdad está destruyéndose a sí mismo y a su único mundo es, directamente, de necios o de gilipollas.


Juntos de la mano... hacia la extinción 


Con un tercio de la humanidad confinada en sus casas desearía, como muchos, que cuando esto pase hayamos aprendido la lección y que algo haya cambiado en todos nosotros. Pero si echáis un ojo a la sociedad, a las noticias, a la prensa, a las redes sociales, o a mi vecino, el de la bandera de España en el balcón, os daréis cuenta de que, lo más probable, es que continuemos con la fiesta y la rapiña. Y de que, felizmente para la Tierra, estemos abocados a la extinción...

Allá nosotros...

jueves, 26 de marzo de 2020

Reflexiones sobre el coronavirus (I): los aplausos de los cojones

(Tras años de inactividad, la pandemia y el confinamiento han forzado el regreso de la actividad a este blog. Trataré de actualizar cuando pueda o me dé la real gana, como siempre).

El plas, plas, plas y la playlist rojigualda

(Dedicado a mi vecino pinchadiscos, el de la bandera de España en el balcón)

A las 20:00 empieza la fiesta, incluso minutos antes ya se jalea. Aplausos a rabiar, hasta que sangren las palmas de las manos. A nuestros sanitarios (públicos). A los que semanas antes alguno estaba dispuesto a gritar o incluso pegar si tenía que esperar más de 10 minutos en la consulta. A la sanidad pública de las urgencias para un resfriado. La de las listas de espera. La sanidad a la que algunos criticaban, que había que privatizar porque suponía un derroche para "las arcas públicas”.  La sanidad universal que algunos (subnormales) no querían, muchos. Porque un porcentaje alto de los que aplauden han votado y votarán a los que la han recortado. Sin rubor. Si hasta hace dos días gobernaba un tal MR, con mayoría absoluta. 

Pero no sólo aplausos, también música. Fiestón diario, a todo volumen. Resistiré, del Dúo Dinámico, pata negra. Y luego, Manolo Escobar y que viva España. Nuestros grandes clásicos, aquellos que han vertebrado nuestra España plural, con nuestras individualidades, la de todos, que decía el campechano. Bien alto el volumen, por supuesto, hay que alegrar al vecino, ¡arriba ese ánimo, joder! que somos españoles... Y, para finalizar, claro, el himno nacional. Sólo falta entonar el "a por el virus, oe"... dadles tiempo y lo perseguirán por la calle, con el palo en la mano, portando la bandera rojigualda made in china, Cataluña ya es historia.

Y luego, a cenar y a dormir, con la conciencia tranquila y felices de vivir en comunidad. Con sensación de haber peleado, de estar todos juntos en esto: ganaremos esta guerra (el lenguaje bélico es importante). España ganará. Unida, jamás será vencida.

Mi reflexión: subnormales, tontos del culo, dejadnos en paz al resto, no nos interesa nada vuestra vida ni vuestros aplausos ni vuestros gestos simbólicos, inútiles e inocuos. Comed bandera, seguid viendo la tele, meteos en vuestra puta casa y, cuando esto pase, al menos, dejad de votar a los ladrones y a los falsos patriotas.