viernes, 17 de septiembre de 2010

Crónica de una boda anunciada (2 de 2)

Las mesas estaban colocadas en el patio, al aire libre. La nuestra, curiosamente, era la más alejada de la presidencial… por algo sería… Nuestros compañeros, una pareja cuya cabeza masculina era compañero del novio en el banco, y dos compañeros más de este, hombre y mujer. Buena gente, campechanos, al menos. Llamaba la atención la colocación de unos libros en el centro de la mesa. Pensábamos que tendrían algún significado, o que habría que leer algún pasaje. Pero eran puro atrezzo. De hecho, ni siquiera recuerdo ya qué libros eran. De Bukowski no, desde luego. Otro aspecto que llamaba la atención era que las botellas no estaban en la mesa sino en una mesa aparte, lejos de nosotros. Los camareros venían, servían y se iban. Y así una y otra vez. Un valiente comensal decidió levantarse a por una botella de tinto y otra de agua que pudimos disfrutar durante unos minutos, hasta que apareció un sirviente que nos advirtió, amablemente, de que las botellas no podían estar en la mesa… rara costumbre, no estoy acostumbrado a codearme con la aristocracia provinciana…

El primer plato era no sé qué ostias de bogavante metido en un saquito. Id a saber cómo se comería aquello. En la mesa decidimos comer con la mano las hojas duras que sobresalían y el contenido del saquito, más blando, con cuchillo y tenedor. No estaba mal. Del resto ya no me acuerdo. Tenía la cabeza en otro sitio, ya veréis por qué… Tras alguna copa de vino, en la mesa empezamos a comentar la procedencia o no de gritar un "vivan los novios"… tras debatirlo y ensayarlo varias veces en voz baja, nos decidimos. VIVAN LOS NOVIOS. Alguna mesa nos siguió, tímidamente, lo que nos dejó cierto sentimiento de satisfacción. Nos hemos atrevido, hemos transgredido los convencionalismos sociales. Pero quisimos ir más allá. Que se besen. Eso, que se besen, que los hemos visto poco cariñosos. Venga, allá vamos: que se besen, que se besen, que se besen… y así unas 5 ó 6 veces… y nada, el novio sin inmutarse y, desde nuestro ángulo, no se veía a la novia… En fin, desistimos, aunque seguramente lo hubiéramos vuelto a intentar, si no hubiera sido porque, a los dos minutos, vimos que la madre del novio se levantaba y se dirigía a nuestra mesa… Comentamos en plan de guasa “no vendrá a reñirnos”. Y, efectivamente. La buena mujer nos comentó elegantemente que a la novia le “abochornaba” un poco lo de los gritos… que ella lo entendía porque era “asturiana” y que los “asturianos” somos muy gritones y fiesteros y tal. Vamos, que le tocó a ella el papelón porque nos conocía…

A partir de ahí, ya no recuerdo ni qué comimos. Alguno tenía cierta indignación por la sosez del personal. Otro proponía gritar hasta que nos echaran, para que nos pagaran el taxi de vuelta a Salamanca… en fin, nuestro amigo era el novio y no era plan de joderle la boda. Degustamos el resto de comida, vinieron los novios con el fotógrafo a nuestra mesa, a alguno le tocó ponerse de pie, aunque no lo pareciera, y nos fumamos unos puros. Y al baile. Antes de entrar a la discoteque, departimos amablemente con la madre del novio y el tío de este, comentando el incidente y coincidiendo en que en cualquier otra boda, fuera en Asturias, en Navarra o en Burgos, eso no pasaría. Pero bueno, paz y buen rollo, a darle a la barra libre…

Caciques cola, gin tonics y orujo de hierbas junto a algunas piruletas (de caramelo, ojo) junto al waka-waka, i gonna fly y rollos de esos, con algo de Elvis Presley y Chuck Berry. Y un gran momento, homenaje a los viejos tiempos de los 90 y al bar “La cabaña” de Gijón, botando con el novio la “Song 2” de Blur. Sin duda, el mejor momento de la noche, con los “asturianos” dándolo todo con el novio, y nadie se sumó a la fiesta… Supongo que también abochornando a la novia y compañía que, reconozcámoslo en este punto, parece que se abochornaban fácilmente… A partir de ahí, el entumecimiento mental fue subiendo a la par que se diluía la fiesta…

A eso de las 4 de la mañana, al principio del fin de la barra libre, decidimos llamar al taxi para volver a Salamanca. Tardó unos 20 minutos en llegar, con lo que tuvimos tiempo de despedirnos del novio, probablemente hasta dentro de mucho tiempo. En el taxi, tuvo lugar otra actuación gloriosa de los “asturianos”, hablando por un teléfono en el que no estoy seguro de que hubiera alguien al otro lado. Mamoneo, gilipolleces varias y llegamos a Salamanca.

“La última en el Potemkin”. Para allá fuimos, con parada en el Ciao. Alguno sufría por si alguien decidía agredirnos por llevar traje y corbata, pero no parecíamos llamar la atención. Incluso se exigió Turbonegro al camarero, pero el bar ya iba a cerrar y no hizo caso de la sugerencia del hombre de corbata. Cumplimos los propósitos y acabamos fiesta en el Potemkin, con dos cervezas para cuatro porque el estómago ya no tenía capacidad para nada. De allí al hotel, a eso de las 5 y media de la mañana, y boda zanjada.

Lo de la resaca al día siguiente y las 8 horas de viaje de vuelta con transbordo en Burgos casi que lo dejaremos pasar. Lo importante es que volvimos sanos y salvos, y queriendo creer que el mundo que vimos en la boda es cosa de unos pocos y que el que vale para la mayoría de la humanidad es algo parecido al nuestro… o no...

jueves, 16 de septiembre de 2010

Crónica de una boda anunciada (1 de 2)



La cosa comenzó bien. Vitalismo en estado puro. Terracitas, pinchos y buen rollo salmantino. Las horas previas al enlace sirvieron para volver a caminar por Salamanca, recordar tiempos más jóvenes y admirar toda la historia que han visto pasar sus calles…

Servidor y acompañante ya habíamos hecho noche el viernes, y nos encontramos con el resto de invitados “asturianos” (el entrecomillado viene a cuento, como luego se verá) a eso de las dos de la tarde. Una cervecita en una terraza y al Bambú a darle al pincho… Uno, dos, tres pinchos, con sus correspondientes cañitas, lo que se tradujo en cierta euforia, que continuamos en un chiringuito callejero, puesto que en esos días la capital salmantina celebraba una especie de feria… muy buena iniciativa, no cabe duda. Tras alguna leve insinuación sobre la posibilidad de seguir la euforia por las casetas y no acudir a la boda, decidimos darnos un respiro hasta las seis de la tarde e ir a dormir la siesta al hotel.

Seis y cuarto de la tarde. Salimos del hotel, bien engalanados, rumbo a una parada de taxis. La boda se celebraba en el Castillo del Buen Amor. A unos 20 kilómetros de Salamanca, dirección Zamora. Aunque no estábamos seguros. Ni nosotros ni el taxista, quien tuvo que consultar su móvil varias veces dando algún que otro volantazo… Al final, en medio de la nada, rodeado de penillanura y dehesas, emergió el castillo. La verdad que el edificio no estaba mal. Un castillo recuperado pero sin ningún pastiche o artificio. Vamos, que se veía que tenía sus años. Los salones estaban muy bien decorados y las habitaciones se repartían sin ningún orden aparente salpicadas, aquí y allá, entre las dependencias del castillo.

En la puerta estaba el novio. Con su chaqué, tranquilamente, esperando. En torno a las 19 horas. Nos hicimos unas cuantas fotos con él y recibimos alguna que otra advertencia respecto a la clase social de la mayoría de personas invitadas, que nos tomamos con humor. Y una casualidad: una amiga de mi acompañante trabajaba en el castillo… así es el mundo de pequeño… Nos enseñó varios salones, y nos recomendó subir a la torre del homenaje, para disfrutar de las vistas... Tras repostar en el bar, para allá fuimos. Había que subir una escalera y luego continuar por un atrio hasta un buitre disecado… allí estaba el pobre bicho, contemplando el patio con las mesas del banquete y a los encorbatados que se disponían a subir la escalera de caracol que daba a la torre. La verdad que la vista reafirmaba la impresión de que aquel castillo estaba en medio de la nada. Llanura y dehesa, sol y Castilla, España en estado puro… Como reflexionó un invitado posteriormente en los baños “¿Qué coño defendería este castillo? Si no hay nada…”.

Total, que el que esto escribe decidió dar la vuelta al estrecho pasillo que bordeaba el interior de las almenas para contemplar las vistas desde otro punto cardinal. Al pasar al lado de una antena de televisión, sintió una especie de zumbido en la nuca y, presa de su miedo irracional a los insectos, echó a correr con el consiguiente riesgo de despeñarse desde 30 metros de altura o, al menos, caerse al nivel inferior, unos 3 metros. El resto de personas advirtieron: “hay un nido de avispas, salieron 8 ó 9”. Buf, había que salir de allí rápidamente, escalera de caracol abajo. He visto algún reportaje de La 2 en el que avispas rabiosas mataban a gente por pisar un nido… parece que estas se relajaron y nos perdonaron la vida. Por un pelo, aunque no fue el único incidente preboda…

Volvimos abajo, al pobre buitre. Mientras esperábamos que bajara de la torre el resto de la comitiva observamos que algo pequeño se caía de una viga. Me acerqué, pensando que sería una cría de pájaro, pero resultó ser un murciélago, que decidió morirse en ese momento… otro mal presagio.

Bajamos a ver la ceremonia, que se celebraba en las mazmorras del castillo. Un dominico, con su sotana reglamentaria, era el encargado de oficiarla… recordé viejos fantasmas cuando vi entrar aquellos hábitos amarilleados. El ambiente abajo era irrespirable. Humedad y ochenta personas con sus ciento sesenta pulmones compitiendo por el oxígeno en aquel sótano… en la entrada nos quedamos, esperando que bajara la novia… y el momento no acababa de llegar. Estábamos ya a punto de asfixiarnos, al borde del ataque de ansiedad, cuando al fin apareció… pasó por delante nuestra y se dirigió al altar. En cuanto pasó, nos salimos de allí y respiramos aire puro… qué maravilla…

Tras recuperar el aliento, nos dirigimos directamente a la zona de pincheo, donde un camarero perfeccionista se esmeraba en cortar las lonchas de jamón más finas del mundo… Hora y media estuvo allí y el jamón no bajaba… Tras una hora esperando, comenzaron a subir los invitados y sus conversaciones extraterrestres y pudimos probar el jamón y los canapés que pasaban. Regados, en mi caso por 3 ó 4 vinos blancos, supongo que de Rueda, por la cercanía geográfica. Tras mucho jamón y alguna que otra conversación con el novio, que era reclamado casi constantemente por los invitados, enfilamos la sala del banquete...


(continuará)

lunes, 13 de septiembre de 2010

Las pajas no son sólo merengues...

Espectáculo, goleada... pues toma 0-2... si es que lo de la prensa deportiva es un filón inagotable...