viernes, 26 de octubre de 2007

La actualidad manda

Qué pasa neng

Está de moda. En todas las cadenas. A todas horas, dando la vara. Sergi. El tarado agresor de inmigrantes es una estrella mediática. Según algunos “liberales”, un español de pro como él tiene más derecho que un inmigrante a vivir en este país. Porque sí. Menudo personaje, por cierto. Seguro que le mola el tunning, el progressive y los quads, y que tiene la bandera que le gusta a don Mariano colgada en la habitación. Que lo guillotinen neng.

El cambio climático

Otro tema de moda. Hasta los huevos nos tienen. Entre el Nobel Al Gore (¿pero ese tipo es ecologista realmente?) y el primo de Rajoy nos van a volver locos. Yo, por si acaso, tiro los envases de plástico en el contenedor amarillo y los de papel en el azul. Y el vidrio en el verde claro. Aunque siempre pienso ¿quién controla las empresas de reciclaje? Es el gran negocio del momento.

Personalmente, creo que la humanidad contamina más que nunca y que, tarde o temprano el planeta lo pagará, pero para certificar un cambio climático hacen falta, al menos, 30 años de mediciones, teniendo en cuenta excepciones y ciclos de calentamiento y enfriamiento que se han dado en la historia geológica sin que el hombre interviniera. Ni el capullo de Gore tiene razón ni va a ser gratis el desarrollo económico de los neoliberales...

viernes, 19 de octubre de 2007

Otro para el club de la comedia





Aunque es mucho más original que el de Rajoy... Y con una sonrisa, claro está...

jueves, 11 de octubre de 2007

viernes, 5 de octubre de 2007

Vacaciones II: la del color especial vol. 2

Allá vamos, con el final del relato sevillano...

Lo dejábamos en el tercer día, que empezó raro, muy raro. Tras despertar, abrí un zumosol que habíamos comprado el día antes en el supermercado del Corte Inglés. Le pegué un trago y excalmé, irónicamente, mmm, qué rico... como es de Pascual... Total, que mi acompañante lo probó y exclamó “este zumo está malo”... cómo malo... que sabe mal... lo vuelvo a probar y es cierto, no sabe como otros zumos del mismo sabor y de otras marcas... menudo sentido del gusto tengo, por mí me lo hubiera tragado entero... Miro la fecha de caducidad, por curiosidad, y era de hacía una semana... o sea, el puto Corte Inglés, sinónimo de calidad, trato exquisito, etc, nos ha vendido un zumo caducado... me cago en sus muertos... por lo menos hemos tomado sólo un sorbo. Es una mera anécdota, pero el tema nos daría algún quebradero de cabeza posterior, como veréis...

Ese día íbamos a ir a un mercadillo que se instala cerca de un puente. Pero nos equivocamos de puente. Y estábamos en el quinto pino, muy cerca de los antiguos pabellones de la Expo. Por lo menos atravesamos Triana y vimos algunos personajes pintorescos. Decidimos ir del tirón al Parque Maria Luisa y la Plaza de España, pese a estar en el otro extremo, pero había que aprovechar el tiempo, que era el último día. Una parada para una cañita a las once de la mañana, y para allá vamos...

Entre y una cosa y otra. Doce del mediodía. El sol en lo alto. Plaza de España. Cemento. Ladrillos derritiéndose. Gitanas con ramitas de no sé qué leches. “Güan for uros. Tri for ten”. Ese era el precio de los abanicos que vendían las mismas gitanas. Viva la gracia andaluza y la soltura con los idiomas. Hicimos algo muy tópico en esa Plaza, sede principal de la Exposición Universal de 1929: buscar tu provincia y fotografiarte. Hay una especie de murales y bancos de azulejos que ocupan todo lo largo de la plaza, donde están representadas todas las provincias españolas en el año 1929. Una putada, porque de aquella las provincias se llamaban Oviedo y Pamplona, y no Asturias y Navarra, lo que implicaba que había que recorrérsela entera. Con el sol acechando. Tras las fotos de rigor y, a la sombra, contemplamos la plaza. Un poco sucia, con cierta decadencia, pero no está mal. Pese al calor, nos acercamos al “cercano” Parque María Luisa, porque servidor estaba empeñado en ver un par de antiguos pabellones de la Expo mencionada, uno en estilo mudéjar, y que hoy son museos. Y las famosas palomas blancas que te comen en la mano. Menuda caminata. Y menudo calor pese a la sombra de los árboles. Aquí sí que había guiris en coches de caballos, y en una especie de triciclos enormes para 4 ó 5 personas. Felices ellos, surcando el parque. Un detalle que me llamó la atención en el parque y en Sevilla en general: el tamaño de los magnolios. Acojonante. De diez metros de alto y un tronco de casi metros de grosor. Si los viera Gabino... Supongo que será a causa del clima, bastante benigno en invierno...

Cuando salimos del parque, a eso de las dos de la tarde, estábamos medio muertos. De sed, de calor y del recuerdo del puto zumosol... Tras un largo camino, decidimos comer en un bar al lado del hotel. Bar Tino. Pinta cutrilla, pero suelen ser los mejores. Pedimos un revuelto y unas patatas ali oli, por aquello del calor, además de unos cuantos botellines de agua. Nos costó terminar, estábamos llenos y a punto de la insolación. Tras comer, nos recluimos en el hotel hasta la tarde, como siempre. Siesta. Pero algo iba mal. Me desperté algo fastidiado, como con un poco de fiebre y con el estómago mal... el puto zumo... o la insolación... no sé... en la tele Alberto Contador se quedaba de la rueda de Radmunssen, que ganaba la etapa... tomé un paracetamol y parecía que mejoraba algo, pero no estaba bien. Mi acompañante empezaba a sufrir los mismos síntomas... ay ay ay... que pasará...

Tras unas cuantas horas sin salir del hotel, sufrí el segundo efecto secundario: diarrea... Mal asunto. Mi acompañante no tardó muchos minutos en ponerse también mal y vomitar... mala pinta tenía aquello, pero pensamos en indigestión, insolación, el puto zumo... Con el malestar ni siquiera cenamos. Ya de noche, servidor pasó por el mismo trance del vómito... Y por una noche horrible. No podíamos dormir, nos dieron las dos, las tres, las cuatro... y, tras una última visita al baño, decidimos acudir a urgencias. Llamamos a un taxi y para allá fuimos. Al hospital Virgen Macarena, donde llegamos casi a las cinco...

En este punto, yo ya iba algo mejor, no así mi acompañante. Entramos, dimos nuestros datos en una ventanilla. Allí nos imprimieron dos documentos que tuvimos que dar en otra sala, atendida por un tío con traje verde que estaba dentro con la luz apagada mirando al frente (absolutamente verídico) y que parecía que le costaba hacer cualquier movimiento. Esperamos una hora en la sala. Menudo espectáculo. Estaba llena, y de gente que no parecía tener graves problemas de salud porque se reía y hablaba a grandes voces. Aquello parecía un mercado en hora punta. Olé el salero. Hora y media. Nos atienden a la vez. A la médico, de MIR recién aprobado, y a las enfermeras, les hacía gracia que fuéramos de Navarra... Pulso, tensión... nos van a hacer una radiografía porque teníamos gases y que, probablemente, sería una gastroenteritis por algo que habíamos comido en mal estado... la ostia... el Bar Tino, las ali oli... todo cuadraba, claro... Nada del zumosol...

Mientras esperábamos, con un suero puesto en vena (por aquello de la deshidratación), comenzaron las cábalas: ahora qué hacemos. En pocas horas debíamos recoger nuestro coche alquilado y partir rumbo a Puerto de Santa María, a unos 125 km. Dudamos seriamente que pudiéramos hacerlo... y más aún cuando eran más de las 7 y media de la mañana cuando nos despacharon, finalmente, en urgencias. Dieta blanda, aquarius, mucho agua... qué putada... Servidor, que estaba más recuperado, tomó una decisión que mi acompañante a duras penas aceptó: en vez de ir al hotel, dormir, e irnos antes de las doce, nos piraríamos ya, a las ocho de la mañana. Yo conduciría el coche hasta Cádiz y allí dormiríamos tranquilamente. De acuerdo...

Tras un largo periplo que incluyó otro taxi, hacer la maleta, esperar al autobús con un tráfico del copón y un loco dando voces alrededor, buscar la agencia de alquiler de coches, esperar la cola, y montar en el coche, a las nueve y pico de la mañana salíamos para Cádiz en nuestro minicoche (Citroen C2)...

Pero esa es otra historia, que corresponde al capítulo III...

miércoles, 3 de octubre de 2007

Vacaciones II: la del color especial vol. 1

Se ha hecho esperar pero aquí está el segundo capítulo de las vacaciones estivales, que incluye la estancia de tres noches en la ciudad de Sevilla y que acabó de manera algo accidentada...

La he fragmentado en dos volúmenes porque me he puesto a escribir y el contenido ha fluido a borbotones. Soy consciente de que es muy pesado leer mucho texto en pantalla. Allá va...

Dejábamos el anterior relato en la llegada a Sevilla. Eso es, estación de Santa Justa (a toda mecha). Lo primero que hicimos al llegar fue buscar una oficina de turismo en la propia estación, que la había. Llegué al mostrador de la misma como único cliente en ese momento, mientras los tres trabajadores de la oficina conversaban amigablemente sobre algún tema que se me escapaba, pero que me hizo esperar impaciente algún minuto más de lo deseado. Tras ser atendido, hice mi petición: un plano de la ciudad. La mujer que me atendía arrancó y me dio una hoja de papel de un bloc cuyas hojas eran el propio plano de Sevilla. Otra pregunta, ¿hay algún autobús que nos deje cerca de la Plaza Duque de la Victoria? La línea 32, creo, que tiene parada aquí mismo, enfrente de la estación. Perfecto, plano y autobús, para qué queremos más.

Salimos de la estación felices pero recibimos un brutal impacto: 45 grados de calor sofocante a las 14 horas... la parada del bus a unos doscientos metros... y dos maletas... allá vamos... llegamos a la parada sudados y nos toca esperar quince minutos... tengo hasta mareos... la gente que espera con nosotros parece estar cómoda... llega el bus y subimos. Va medio vacío y nos sentamos. Durante el viaje, voy consultando el plano de Sevilla mientras apunto las calles por las que pasamos. Son curiosos los carteles de las calles de Sevilla, de azulejos y enormes, por lo que es difícil no verlos. Llegamos a la Plaza, muy cerca de la zona comercial y con un Corte Inglés, y entramos en el Hotel Derby, nuestro hogar las siguientes tres noches que nos recibe con el aire acondicionado a tope...

Llegamos a recepción y nos encontramos una escena curiosa: una mujer pide consejo sobre algún sitio para comer y el recepcionista encorbatado le indica amablemente. Junto a él, otro tipo con camisa blanca y (parece) pocas luces repite los gestos del propio recepcionista pero sin hablar... como con mímica... un tanto surrealista. El recepcionista era un híbrido entre el presidente del Valencia CF y un tío que sale en un anuncio y al que su perro le abandona cuando le toca el cupón de la ONCE. Tras comprobar la reserva, todo correcto, nos entregó la llave de la habitación, que resultó ser una tarjeta agujereada que había que introducir en una ranura de la puerta... En el vestíbulo una extraña máquina de limpiar zapatos que funcionaba con monedas llamó nuestra atención... Tras revisar la habitación y dejar los trastos descubrimos que tenemos hambre, mucho hambre... no había tiempo para buscar algo típico. El McDonalds sabe lo que nos gusta... Tras la comida, una siesta hasta las siete de la tarde parecía ser lo mejor que podíamos hacer...

Cuando despertamos y salimos el problema que nos encontramos fue que, en Sevilla, el calor no amaina con el atardecer. Es sofocante realmente, mucho más que en el valle del Ebro... Decidimos hacer la primera visita al Guadalquivir y a la Torre del Oro, que no estaban lejos del hotel. Sudando y agobiados llegamos al río que subieron los vikingos en no sé qué año (recuerdo leer algo sobre el tema en Noruega). Triana en la otra orilla, la Torre del Oro a nuestro lado. La Maestranza cruzando la calle. Sevilla en estado puro. Piragüistas en el río, verdoso, parecían pasarlo bien jugando a una especie de hockey acuático. Típicas fotos de turistillas y a cenar. Esta vez sí buscamos una tasca o taberna Serrano, con su virgen en la pared, y nos decantamos por unos boquerones fritos y unas puntillitas (como los chopitos asturianos). Todo ello regado por varias cañas de Cruzcampo, que es a Andalucía lo que la sidra a Asturias... Tras tomar un helado y callejear un poco, decidimos volver al hotel a descansar, que ya era hora y mañana sería otro (y caluroso) día.

El segundo día lo dedicamos a visitar los Reales Alcázares y la zona de la Giralda por la mañana, antes de las 13 (por aquello del sofocón). Resumiendo: mucho mozárabe, mudéjar, patios con agua, murallas, jardines palacio de Indias, Giraldillo, barrio de Santa Cruz, etc... realmente bonito. Conocimos la calle Sierpes, famosa por sus comercios que, en realidad, son los mismos que en toda España. Una Casa del Libro me llamó la atención (sólo conocía la de Madrid). Más allá, en la avenida de la Constitución, una FNAC demostraba que Sevilla es una gran ciudad europea... Con sus güiris, claro está. Increíble la cantidad de turistas, sobre todo topiquísimos italianos, que acuden a la del color especial para vivir su embrujo y su duende... Otro aspecto típico sevillano: los coches de caballos. Pobres animales, allí plantados de pie con 45 grados a la sombra esperando al güiri incauto que quiera darse una vuelta... pocos vi con gente montada, la verdad, y es que el turismo ya no es lo que era... Ese día acabamos cenando en una pizzería instalada en unos antiguos baños árabes restaurados, un entorno cojonudo. De todas formas, mi impresión de Sevilla tras este día empezaba a cambiar un poco, y me recordaba mucho a la Gran Vía de Madrid: mucha gente y consumismo, en un entorno atractivo arquitectónicamente. Y así llegamos al fatídico tercer día...

Continuará en otro post...